Mi planta de mburucuyá
Nació de una semilla, una sola semilla de la fruta del mburucuyá que me regaló Solange. No creí que fuera posible, pero de la semillita nació una preciosa planta que iba creciendo a ritmo alegre y saludable.
A esta altura debo empezar a hablar en primera persona y decir: mi proceso se iba desarrollando de manera tal que sentía que yo misma iba creciendo recuperando el amor, la alegría y la confianza en la vida.
Me fui dos días del lugar donde estoy viviendo ahora, que es la casa de mi padre.
Al regresar, llevada por el alivio y la alegría de lo poco pero bueno que me ha pasado en estos meses, con espanto no encontré mi mburucuyá.
El crecía (por poco tiempo pues como ya dije crecía muy rápido) a la sombra del llantén que yo misma le regalé a mi padre. Como nunca tengo dinero, cada vez que hago un regalo, éste cobra una importancia divina y preciosa y se convierte en un símbolo de la unión con esa persona a la que obsequio. También el llantén es importante porque es un yuyo al que mi padre le tiene mucha fe y afirma siempre que es lo que le cura de lo que él llama su “alergia”.
El esta viejo y enfermo y a su entrada ya ochentez, es claro que la memoria le falle, pero a mi no. A mi por el contrario la memoria me estaba creciendo para abajo en el reencuentro con mi tierra y mis ancestros y para arriba en oración al sol que me indica mi desatino controlado. Ahora este mburucuyá desmalezado es el recuerdo de un sentimiento conocido y demasiado propio. Por eso yo lloré y grité como una niña a la que le han arrancado de su paraíso y maldije a mi padre y a su madre y sentí que todo se había roto de vuelta, como mi planta de mburucuyá, llevándose lo bueno que había recuperado con las oraciones a mis abuelitos y a los abuelitos de mis abuelitos.
Ahora tengo que empezar de vuelta, otra vez y otra vez y otra vez...
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